martes, 29 de noviembre de 2011

Cruzar la calle

Crucé la calle y tomé un taxi. La brisa me erizaba los cabellos de la nuca. Y yo era tan feliz que me encogí en un rincón del taxi de miedo por que la felicidad duele.

Y todo esto causado por la visión del bello hombre. Continuaba sin quererlo para mí...

El coraje de vivir: dejó oculto lo que necesitaba ser ocultado y necesita irradiarse en secreto.

Me callo.

Porque no sé cuál es mi secreto. Cuéntame el tuyo, enséñame sobre el secreto de cada uno de nosotros. No es secreto difamante. Es sólo ese esto: secreto.

Y no tiene fórmulas.

....

Ahora sientó vértigo. Tengo un poco de miedo. ¿A qué me llevará mi libertad? ¿Qué es esto que estoy escribiéndote?



¿A que me llevará mi libertad?¿Qué es esto que estoy escribiendote?

.. lo que me guia es sólo el sentido del descubrimiento. Atrás de lo de atrás del pensamiento.

Seguirme es en realidad lo que hago cuando te escribo y ahora mismo: sigo sin saber adonde me llevará.
A veces seguirme es tan difícil. Por estar siguiendo lo que todavia no pasa de una nebulosa. A veces termino renunciando.
Clarice Lispector. Agua viva

Inquieta y áspera

Soy inquieta y áspera y desesperanzada. Aunque amor dentro de mí yo tenga. Sólo que no sé usar amor. A veces me araña como si fueran agujas. Si tanto amor de mí recibí y sin embargo continúo inquiea es por que necesito que Dios venga. Que venga antes de que sea demasiado tarde. Corro peligro como toda persona que vive. Y lo único que me espera es exactamente lo inesperado.
Agua Viva pag. 75 Clarice Lispector

martes, 8 de noviembre de 2011

Sólo andando

Pero si espero comprender para aceptar las cosas, nunca se cumplirá el acto de entrega. Tengo que dar el salto de una sola vez, un salto que abarca la comprensión y sobre todo la incomprensión. ¿Y quién soy yo para osar pensar? Lo que debo hacer es entregarme. ¿Cómo se hae? Sé sin embargo que sólo andando es que se sabe andar y -milagro- se anda.

Acto de amor

Sólo en el acto de amor -por la límpida abstracción de lo que se siente- se capta la incógnita del instante que es duramente cristalina y vibrante en el aire y la vida es ese instante incontable, mayor que el acontecimiento en sí; en el amor el instante de impersonal joya refulgente en el aire, gloria extraña del cuerpo, materia sensibilizada por el escalofrio de los instantes -y lo que se siente es al mismo tiempo que inmaterial tan objetivo que ocurre fuera del cuerpo, centellante en lo alto, alegría, alegría es materia de tiempo y es por excelencia el instante.....
Clarice Lispector, Agua Viva

Felicidad diabólica

Es con una alegria tan profunda. Es un tal aleluya.
Aleluya que se funde con el más oscuro aullido humano de dolor por la separación pero es grito de felicidad diabólica.
Por que ya nadie me atrapa mas.
Tengo un poco de miedo: miedo todavía de entregarme pues el próximo instante es lo desconocido.
¿El proximo instante es hecho por mi?
Lo hacemos juntos con la respiración.
Y con una desenvoltura de torero en la arena.

lunes, 13 de junio de 2011

Felicidad Clandestina", un cuento de Clarice Lispector

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.
¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Felicidad Clandestina", un cuento de Clarice Lispector

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.
¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

martes, 12 de abril de 2011

Era, por lo demás,
uno de esos hombres que prefieren
asistir a su propia vida y
consideran improcedente
cualquier aspiración de vivirla.
[pasaje de Seda, Alessandro Baricco]

jueves, 31 de marzo de 2011

Algunas citas

Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha.

Es cierto que el decir se juzga por las consecuencias de lo dicho. Pero lo que se hace de lo dicho queda abierto.



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..el amor es signo, escandido como tal, de que se cambia de razón, y por ello el poeta se dirige a la razón. Se cambia de razón, es decir, de discurso.

seminario aún

lunes, 7 de febrero de 2011

Quién dice que no

¿Quién ha dicho que la soledad es hablar solo?

Que ya sé,
que es hablar solo y contestarse.
Mas vale eso que buscar una mano y encontrarse un puño.

Quién dice que hace falta un escudo, despues de que te hagan daño.

Echame sal en la herida, a cada descubierta, que lo que escuece cura.

Quién dice que el Rey de copas no sueña con ser la Reina de corazones.

Quién que hay que poner todas las cartas sobre la mesa.

Mirá que si me obligas, rompo la baraja.

Quién te ha dicho que rectificarse es ser sabio.

Enamórame



Déjame

Vuelve a enamorarme y espera.

Nada nos gusta mas que tropezar dos veces con la misma piedra.

Quién ha dicho que las palabras se las lleva el aire.
Tus palabras
Pesan
Y yo
no puedo con ellas.

Quién te ha dicho que mi libertad no pasa por decirte, lo que no quieres oir.

Quién que me importa lo que pienses.

Quién te dice, que si me das la mano, no te voy acabar cogiendo el brazo.

Quién dice que no.

jueves, 3 de febrero de 2011

...quería articular una palabra que el menos resumiese aquello que moría..

-Ah, no retires de mí tu mano, me prometo que tal vez al final de este relato imposible yo entienda, oh, tal vez por el camino del infierno llegue a encontrar lo que nosotros necesitamos -pero no retires tu mano, aunque sepa que encontrar tiene que ser por el camino de aquello que somos, si consiguiese no hundirme por completo en aquello que somos.

¿Vés, amor mío? ya estoy perdiendo el valor de encontrar lo que fuera que deba encontrar, estoy perdiendo el valor de entregarme al camino y ya estoy prometiéndonos que en ese infierno encontraré la esperanza.

...

Yo luchaba por que no quería una alegría desconocida.

....

No tenia nada más que articular. Mi agonía era como la de querer hablar antes de morir. Sabía que me estaba despidiendo para siempre de algo, algo iba a morir y quería articular una palabra que el menos resumiese aquello que moría.

....

De repente era eso. Estaba entendiendo que "pedir" era todavía los últimos restos de un mundo nombrable que se volvia cada vez más remoto. Y si seguía queriendo pedir era para aferrarme todavía a los restos de mi antigua civilización, aferrarme todavía a los últimos restos de mi antigua civilización, aferrarme para no ser arrastrada por lo que ahora me recuperaba. Y a lo qué -en un gozo sin esperanza- ya cedía, ah, ya quería ceder -haber experimentado era ya el comienzo de un infierno de querer, querer, querer...¿Mi voluntad de querer era más fuerte que mi voluntad de salvación?

Cada vez más, no tenía nada qué pedir. Y veía con fascinación y horror los fragmentos de mis podridas ropas de momia al caer en el piso, veía mi transformación de crisálida en larva húmeda, las alas poco a poco se encogían chamuscadas. Y un vientre todo nuevo y hecho para el piso, un vientre nuevo renacía.

Lispector. La pasión según GH

miércoles, 2 de febrero de 2011

..como luego de un diluvio.....

-Ves, amor mío, ves cómo por miedo ya me estoy organizando, ves cómo todavia no consigo confundirme con esos elementos primarios del laboratorio sin que quiera organizar de inmediato la esperanza. Es que, por el momento, la metarmorfosis de mi misma no tiene ningún sentido. Es una metamorfosis donde pierdo todo lo que tenia y lo que tenía era yo -sólo tengo lo que soy. ¿Y ahora qué soy? soy: estar de pie frente a un miedo. Soy: lo que vi. No entiendo y tengo miedo de entender, el material del mundo me asusta.

Yo, antes vivía de palabras de caridad o de orgullo o de cualquier otra cosa. Pero ¡Qué abismo entre la palabra y lo que ella buscaba¡, ¡qué abismo entre la palabra amor y el mor que no tiene ni siquiera sentido humano¡- porque... por que amor es la materia viva.

¿Qué fue lo que me pasó ayer?, ¿y ahora?. Estoy confundida, atravesé desiertos y desiertos, pero ¿permanecí presa de algún detalle? como debajo de una roca.

......

Si todavía quisiera podré, dentro de nuestro lenguaje, preguntarme de otro modo lo que me ocurrió.

....

La vida se vengaba de mí, y la venganza consistía apenas en regresar, nada más. Todo caso de locura es que algo regresó. Los posesos, ellos no están poseídos por lo que se va, sino por lo que vuelve. A veces la vida vuelve. Si en mí todo se rompía con el paso de la fuerza, no es porque la función de ésta fuese romper: ella, finalmente, sólo necesitaba pasar, pues ya se había vuelvo demasiado caudalosa para poder contenerse o circundarme - Ella lo cubría todo al pasar. Y después, como luego de un diluvio, flotaban un armario, una persona, una ventana suelta, tres valijas.

Aquello estaba por primera vez fuera de mí y a mi alcance, incomprensible pero a mi alcance.
CL. Pasión segun GH

¿Cómo explicarte?

Estaba siendo seducida. Y me dirigía haca esa locura promisoria. Pero mi miedo no era el de quien está yendo hacia la locura, y sí hacia una verdad -mi miedo era el de encontrar una verdad que no quisiese, una verdad denigrante que me hiciese arrastrarme..... Mis primeros contactos con las verdades siempre me habían denigrado.

Clarice Lispector. La Pasión según GH

jueves, 27 de enero de 2011

En 1978, Foucault dice:

Si no digo lo que hay que hacer, no es porque crea que no hay nada que hacer. Todo lo contrario, pienso que hay mil cosas que hacer, que inventar, que forjar por parte de aquellos que reconocen las relaciones de poder en las cuales están implicados y han decidido resistirse a ellas o escapar de ellas. Desde ese punto de vista, toda la investigación se basa en un postulado de un optimismo absoluto. No realizo mis análisis para decir: las cosas son así, ustedes estan atrapados. No digo esas cosas sino en la medida en que considero que eso permite transformarlas.

[extraido de El psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual?, cuenco del plata, pág. 7)

martes, 25 de enero de 2011

Simplemente andar

...estoy buscando, estoy buscando. Estoy intentando comprender. Intentando dar a alguien lo que viví y no sé a quién, no me quiero quedar con lo que viví. No sé qué hacer con eso, le tengo miedo a esa desorganización profunda. No confío en lo que me pasó. ¿Me pasó algo que yo, por el hecho de no saber cómo vivirlo, lo viví como si fuera otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría la seguridad de aventurarme, porque después sabría a dónde volver: a la organización anterior. A eso prefiero llamarlo desorganización pues no quiero confirmarme en lo que viví -en la confirmación de mí perdería el mundo tal como lo tenia, y sé que no tengo capacidad para otro.

Si me confirmara y me considerara verdadera, estaría perdida porque no sabría dónde encajar mi nuevo modo de ser -si avanzara en mis visiones fragmentarias, el mundo entero debería transformarse para tener un lugar en él.

Perdí algo que me era esencial, y que ya no lo es más. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me imposibilitara caminar pero que hacía de mi un trípode estable. Perdí esa tercera pierna. Y volví a ser una persona que nunca fui. Volvi a tener lo que nunca tuve: sólo dos piernas. Sé que es sólo con dos piernas que puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta, en ella la que hacía de mi algo encontrable por mí misma, y sin ni siquiera tener que buscarme.

¿Estoy desorganizada porque perdí lo que no necesitaba? En ésta mi nueva cobardía -la cobardía es lo que de más nueva ya me aconteció, es mi mayor aventura, esta mi cobardía es un campo tan amplio, que sólo con una gran valentía me permite aceptarla-, en mi nueva cobardia, que es como despertar en la mañana en la casa de un desconocido, no sé si tendré el valor de simplemente andar.


Clarice Lispector, La pasión según G.H.